Oporto

 

Como en todo buen arte, la indiscreción es necesaria. Y en ocasiones, el arte, es también una ciudad. Sórdida, decadente y chapada a la antigua. Oporto es un rechazo a la modernidad, un esfuerzo por mantener los pilares de una civilización que un día se forjó alrededor de un río. Cuesta aceptar el paso del tiempo cuando tus cimientos están forjados sobre ciertas personas o lugares que se niegan, ligados a su historia, a un cambio de paradigma. Los nostálgicos solemos afirmar que "todo tiempo pasado fue mejor". Por eso, Oporto es nuestra tregua actual, aferrándose a la tradición como escudo, a los azulejos como emblema. Una ciudad admirable para extraer de la realidad la naturaleza imperceptible y poder mirar con la mente, no sólo con los ojos.

La Ribeira alimenta a la ciudad y sus puentes la protegen de una postmodernidad mal entendida. Siendo uno de los últimos bastiones europeos, su estética reside en sus tejados y estrechos callejones, dónde perderse entre sus calles es la mejor estrategia para descubrir sus rincones. Además, la humildad abrumadora de su gente inunda la atmósfera creando un clima inaudito en estos tiempos. Revelándose contra el status quo, se sostiene en placeres mundanos como un atardecer a la orilla del Duero o un pastel de Belém recién sacado del horno. Todo ello mientras se sujeta una copa de vino en la mano y se disfruta de las vistas al puente Don Luis I. Algunos dirán que es fea, está arruinada y que necesita un cambio de imagen. Aún no han entendido que lo clásico, es aquello que no se puede mejorar. 

El Duero elige desembocar en Oporto por la misma razón que el hombre busca terminar sus días entre simpleza cotidiana, alejado de grandes lujos y con la condescendencia de unos pocos. Suave pero dura, no dejará indiferente a nadie. En su caos encontrarás la belleza, si sabes como apreciarla. Es elegante pero no ostentosa, tiene cultura, habla idiomas y navega. Oporto es especial. 








 





Comentarios

Entradas populares