Volar

Hacía tiempo que no preparaba una maleta, ese tedioso proceso repleto de ilusión, condición indispensable antes de viajar. Una lucha titánica jugando al Tetris para cumplir los estándares fijados por Ryanair.

Vuelvo a un aeropuerto después de dos años, vuelvo a volar. Entre turistas impacientes, comienzo a reflexionar sobre la singularidad de estos espacios. Tal vez por el fuerte olor a café inundando la atmósfera o las incomprensibles indicaciones por megafonía, pero me resulta difícil imaginar otro lugar que logre reunir tantas emociones en tan pocos metros cuadrados. Distribuidos geográficamente a lo largo del mundo, son los encargados de que se cumplan esas visitas, reencuentros, viajes esporádicos, negocios pendientes o escapadas de última hora. Están llamados a ser testigos de emociones raramente reflejadas en palabras, proporcionándonos esa llama interior que tanto ansiamos. Son líneas de salida y de meta grabadas en puertas de embarque. Las fábricas donde crear futuros recuerdos que terminarán clavados en nuestra memoria. 

En algunas ocasiones, volamos para escapar de una realidad rutinaria. De algún modo, deseamos liberarnos de nuestra vida, desprendernos de una parte de ella, al menos, durante un tiempo. Y, mientras lo hacemos, poder divisar la inmensidad del mar o recorrer las ciudades a vista de pájaro, permaneciendo en un universo paralelo a cientos de metros de distancia. Nos permite elevarnos sobre las nubes y, por un momento,  hacernos sentir especiales. 

Hace unos días me fijé en una escena de Love Actually. En ella, el Primer Ministro inglés en la película afirmaba; "Siempre que me siento pesimista por cómo está el mundo pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto". Allí, como sucede en algunas carreras, hay gente aguardando con los brazos abiertos. Padres e hijos, padres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos. Todos para recibirte después de un largo camino. Ahora, de vuelta a casa, sé que me esperan más aeropuertos, que nunca dejaré de volar. Porque volar es algo más que sobrevolar montañas. Es aprender a marchar y saber cuando volver a las puertas de llegada.










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